viernes, 31 de agosto de 2012

Ozu en Viernes #19



Increíblemente, el efecto de la Segunda Guerra Mundial en Yasujiro Ozu fue, a la inversa de lo que cabría esperar, una progresiva amplificación de sus constantes emocionales y humanistas; algo que queda impecablemente demostrado en uno de sus films más sensibles y delicados. NAGAYA SHINSHIROKU (o MEMORIAS DE UN INQUILINO... o HISTORIA DE UN VECINDARIO) se centra en la improbable relación surgida entre un niño abandonado, auténtico epigrama de la desolación nipona, de rostro permanentemente crispado y suciedad de años, y una viuda nada fácil de carácter (espectacular composición de la mítica Chouko Iida), que fuma en pipa, seca caquis y disfruta organizando merendolas nocturnas en su chabola. Diversos personajes entran y salen en el omnipresente espacio habitacular, entre ellos, una joven vecina que la insta a no desprenderse del pequeño, un estraperlista y el joven pintor que encontró al niño. En menos de hora y veinte minutos, Ozu es capaz de tender un puente entre el egoísmo de unos personajes que apenas juntan cuatro recursos para sus mínimas vidas y un arrebato final de solidaridad que les hace darse cuenta de que, cuando no se tiene nada, las personas sólo se tienen unas a otras. Es difícil no rendirse ante la belleza humanista de una película que no necesita alardes de guion, ni remiendos artificiales, sólo esos cruces de miradas tan escrutadores, donde los rostros van mutando del enfado y el reproche a la aceptación y, finalmente, a un afecto que es hermoso por su sencillez casi naif. Sí, una película que no aparece en las referencias más articuladas sobre el maestro japonés, pero que, aparte de ser de mis favoritas, es toda una lección de qué significan los sentimientos en una sociedad que, por entonces, seguía lamiéndose las heridas.
Ah, el fotograma no está equivocado; Ozu filmó una divertida sesión fotográfica e incluyó el típico negativo invertido... Y la semana que viene, más.
Saludos.







Tenement teeth

jueves, 30 de agosto de 2012

Cuando los hombres dejaron de ser niños



Los amigos están para agradecerles cosas, y teniendo en cuenta que tener amigos a los que ni siquiera has tenido la oportunidad de ver en persona, gracias a esto tan raro de la interactividad internauta, qué menos podía hacer yo que darle las gracias a ese magnífico bloguero y mejor persona que es Mr. Lombreeze por haberme desfecho un entuerto la mar de farragoso y tan tan subliminal, que cualquiera lo hubiese tomado como una mera neura de un snob aburrido y trasnochado. Y qué mejor manera de hacerlo con la que, debo tener entendido, es, a su juicio, la mejor película antibélica de la historia y una de las más grandes así, a secas. Y no voy a ser yo quien me oponga a tamaña afirmación, porque ALL QUIET ON THE WESTERN FRONT es incluso más que todo eso. El señor Lewis Milestone, grandioso director de cine, prodigioso narrador de historias, no sólo adaptó la novela de Remarque en todo su esplendor y complejidad, sino que la convirtió en un poderoso bastión contra lo que parecía intuirse que tendría que llegar sólo una década después, además de mostrar un uso del montaje y el sonido que, siéntolo, puede competir en calidad e intención con el mismísimo Eisenstein; aparte de no dejar de lado un sentido del espectáculo que es al tiempo consecuente y fastuoso (¿Las mejores escenas de guerra de la historia?... No sé, pero a mí me costó cerrarme la mandíbula...) y un sentido de la emotividad nunca sensiblero y ni muchísimo menos panfletario (¿panfletaria una peli americana sobre alemanes?...) Dicho todo esto, que no es nada ante la majestuosidad de un film infinitamente más inmortal que cualquier feria de las vanidades pseudo-filosófico-cognitiva, la única invitación posible a un film único, irrepetible (el remake de TV es como una especie de sobrino retardado... ¡y resulta que es buena y todo!...) y repleto de recovecos de inteligencia y humanidad, es que la vean... Véanla. No se mueran sin poder decir que han visto una de las cimas de esto tan maravilloso que es el cinematógrafo. Para mí, una obra de arte aún no superada; para Lombreeze, es posible que incluso algo más íntimo... Según MM, sí, nos la pone pero que muy dura...
Saludos, amigos...




All quiet on the western front

domingo, 26 de agosto de 2012

Rincón del freak #74: En el país de los ciegos...



Lo siento, pero es superior a mí; me puede. Los remakes... ¿Qué diablos son? ¿para qué sirven? ¿Qué pensaríamos si Pérez-Reverte anunciara un remake de Los Tres Mosqueteros...? Pues que lo acusaríamos de hereje, que lo quemaríamos vivo, que no volvería a publicar una novela más. En lugar de ello, Pérez-Reverte lleva haciendo remakes de Dumas toda su vida, pero le pone otro título y santas pascuas... ¿Qué pensaríamos si Elvis Costello volviese a grabar el Sargeant Pepper's...? ¿Y si Antonio López decidiese volver a pintar Las Meninas? O lo que es más importante: ¿Por qué ocurre esto en el cine y está asimilado y aceptado como lógico y normal? Yo he visto muy pocos remakes que de verdad merezcan la pena, y no logro recordar ninguno que sea netamente superior al original, así que sigo sin entender por qué se hacen cada vez más; bueno, excepto por la cuestión de la mediocridad y la inoperancia artística, claro. Así las cosas, vi LET ME IN, de Matt Reeves, que pasa por ser un tramposo con todas las letras (vean, si no, aquella patochada llamada CLOVERFIELD); no pensaba verla porque ya sabía de antemano lo que me iba a encontrar, pero fue este verano, en vacaciones, y tenía la tele encendida por casualidad, y aunque la pillé con cinco minutos de retraso no creo que esto sea relevante. LET ME IN es, punto por punto, inferior al original de Tomas Alfredson... ¿y saben por qué? Pues porque ya estaba hecha; porque no aporta nada, excepto ahorrarles a los espectadores yanquis tener que leer subtítulos; porque cada escena cumbre (mención especial al fascinante final, una secuencia que no puedo quitarme de la cabeza) espera agazapada al movimiento sueco, que no necesita perfeccionar nada... ¿para qué? ¿Por qué esta obsesión tan de moda por pulir las aristas? Reeves no es, ni será jamás, un autor, y esto debe ser realmente frustrante cuando tienes que defender ante la prensa presupuestos millonarios. En el otro extremo, Tomas Alfredson quizá no pase de hacer pequeñas películas en su país, pero todos sabemos que en su currículum figura una de las películas más bellas y conmovedoras (y originales...) de los últimos tiempos; ésa, y no otra, es la diferencia.
Saludos del invitado.







Splinters

sábado, 25 de agosto de 2012

Empezar a volver



A colación de la repentina muerte del director Tony Scott, infinidad de artículos se han derramado a lo largo y ancho del orbe mediático; la mayoría, con un extraño halo de redención, perdón postmortem o qué sé yo, aunque lo cierto es que el "hermanísimo" nunca gozó de una relación cómoda con la crítica, y eso diciéndolo de manera suave. Ahora bien, es probable que casi nadie haya reparado en que el punto de partida de Scott fue diametralmente distinto a todo el concepto de cine-espectáculo que luego desarrolló. Rodada con sólo 27 años, LOVING MEMORY es un extraño mediometraje (apenas una hora) enclavado en una húmeda y lóbrega campiña inglesa; apenas una sinuosa carreterita por la que se desplaza un joven ciclista, ajeno al destino que le espera tras una curva. Un coche le atropella mortalmente. A partir de ahí, Anthony Scott (así aparece en los créditos) realiza una virtuosa narración en off; los involuntarios homicidas, dos hermanos de edad avanzada, deciden llevarse el cuerpo y dejarlo en una apartada habitación de su vieja casa. Mientras el hermano realiza labores de minería, la hermana evoca al tercer hermano, muerto en la guerra, ante el impasible cadáver, al que prepara tazas de té y viste con su uniforme. Con un estilo austero hasta el límite, Scott engarza imágenes bajo el influjo de un monólogo implacable, oscuro como la fotografía de Chris Menges y con toda la fuerza gravitacional del fuera de campo ¡Y quién lo hubiera dicho! Tony Scott, el adalid del exceso y la fruslería ornamental... Lo que viene a demostrar que, pese a no haber nada nuevo bajo el sol, todo lo nuevo sigue bajo las piedras. Por supuesto, Scott ya no rodó nada parecido a un largometraje hasta... ¡1983!... El resto ya se lo saben ustedes solitos.
Recuerdos...







In loving memory

viernes, 24 de agosto de 2012

Ozu en Viernes #18



En plena Segunda Guerra Mundial, el cine de Yasujiro Ozu pareció cobrar inusitada conciencia y responsabilidad; algo que quedó perfectamente reflejado en CHICHI ARIKI (HABÍA UN PADRE), una de sus películas más sobrias y elegantes de este convulso período. Sin muchos preámbulos, Ozu nos introduce en la apacible vida de un joven profesor viudo junto a su pequeño hijo; luego, en una excursión del colegio a un lago, uno de los alumnos sufre un desgraciado accidente y se ahoga; el profesor, tras meditarlo, asume la responsabilidad, dimite de su cargo y se marcha con su hijo a su pueblo natal, donde le espera un futuro laboral precario, así que decide enviar al niño a un internado mientras él se marcha definitivamente a Tokio a encontrar un mejor trabajo. El paralelismo parece inevitable; lo que parece un drama social se eleva hasta la trascendente situación de todo un país, que debe elegir entre negar la realidad y vivir de espaldas a la misma o dar un paso adelante, aunque eso conlleve una serie de renuncias prácticamente definitivas. Ya en el último tercio del film, Ozu "reencuentra" a padre e hijo, cuando este último se ha convertido también en profesor y ambos recuerdan lo complicada que ha sido su vida y lo mucho que han tenido que esforzarse para salir adelante. De gran emoción contenida, CHICHI ARIKI no es ningún seísmo, sino más bien un mar en calma bajo el que sólo pueden adivinarse las turbulencias en unos diálogos aparentemente sencillos, pero que contienen dilemas básicos del hombre contemporáneo. A destacar el soberbio trabajo de Chishu Ryu, ya convertido en el gran actor fetiche del director y que compone un personaje que no por genuinamente "ozuniano" deja de ser fascinante por lo que siempre hemos defendido desde aquí, porque... ¡qué difícil es hacer de hombre normal!...
Y la semana que viene, más.
Saludos.



Father figure

jueves, 23 de agosto de 2012

Adiós al mito



Sí, al mito de Sancho Gracia, que nos dejó recientemente; aquel Curro Jiménez que fue lo más cerca que estuvimos de crear un género propio que oliese ligeramente al Western. Pero el adiós más constatable en 800 BALAS es al propio género, a esa gastadísima iconografía de personajes hieráticos, lugares polvorientos y causas perdidas que ha dado tantas obras maestras como olvidables subproductos. Y ahí, justo en medio de ninguna parte (el desierto almeriense de Tabernas, para más señas), es donde Álex de la Iglesia situó Texas Hollywood, un antiguo plató reconvertido en destartalado parque temático. Y allí es donde moran un grupo de personas siempre entre el límite de su no pertenencia al mundo normal, que hace tiempo que se olvidó de ellos, y la imposibilidad de desprenderse de su propio personaje, el que están condenados a repetir en cada función. El silogismo es evidente, aunque no sé si consciente; de la Iglesia juega a las muñecas rusas cuando nos muestra los vergonzantes números de los figurantes del parque temático, para luego contrastarlos con los tiempos muertos, donde curiosamente sí se desarrolla una cierta "acción-tipo" "westeriana". Es su mayor baza, y uno no puede dejar de esbozar una sonrisa cuando ve a una película del Oeste desprendida de su propio significado repitiendo todos los eternos tics del género. Por supuesto, el final es muy "de la Iglesia", ya saben, con interminables ráfagas de disparos, gente tirándose por la ventana aunque pueda salir por la puerta, griterío ensordecedor y esas cosas. Efectivamente, el protagonista, Julián, es un especialista retirado, pero insisto en que lo mejor no es verle en esos menesteres, sino resollando en el Saloon y sosteniendo un chupito de DYC, mientras se le van escapando cosillas de los viejos tiempos de esplendor...
800 saludos.




Chiisana koi no uta

miércoles, 22 de agosto de 2012

Arte sano



Sólo he visto MAN ON FIRE una vez, cuando se estrenó hace ya ocho años, por lo que... Recuerdo un día de calor como el de hoy; recuerdo un comentario inesperado en un programa de cine por la radio (¿Séptimo vicio?); recuerdo no tener nada mejor que hacer esa tarde infernal; recuerdo ir al cine por calles desoladas; recuerdo la sala aún más post-apocalíptica que el exterior; recuerdo un buen arranque, correcto; recuerdo a Denzel Washington esforzándose por crear un personaje con la suficiente ambigüedad; recuerdo un punto de anclaje inteligente que no deja al film salir por los aires; recuerdo que la película salta por los aires justo cuando menos te lo esperas, que es a los tres cuartos de hora; recuerdo que luego se me hizo un poco larga, porque no había visto que duraba dos horas y media; recuerdo que en su salvaje tramo final, Washington me recordó más que nunca a Takeshi Kitano; y recuerdo salir del cine con una extraña sensación, porque lo normal hubiese sido pensar que una película de Tony Scott no era más que un envoltorio bonito y un contenido decepcionante, pero en este caso todo eso es mucho más relativo. Primero porque MAN ON FIRE es una película ambiciosa y que no teme irse de madre, y eso, en el descafeinado cine comercial de lo que llevamos de siglo, no es cualquiera cosa, amigos.
Descanse en paz, señor Scott.
Saludos ardientes.






On fire

martes, 21 de agosto de 2012

Factorías produciendo



Aparte de suponer la primera experiencia en un cine con mi hija (4 añitos el mes que viene), BRAVE puede ser considerada como un punto y seguido o un punto y aparte. La primera consideración sería la benévola, y vendría a explicar que no todo el mundo puede alcanzar cotas de emoción tan altas como en WALL·E, TOY STORY o UP y encima entretener a un arco de edades de unos ochenta años; la segunda trataría de la nunca deseada "disneyzación" absoluta de Pixar, no sólo referida a lo meramente económico, sino también a ciertos pilares ideológicos, los que hasta ahora han sustentado las constantes más interesantes de la compañía originalmente fundada por Catmull y Ray Smith. O dicho de otra forma: mientras que lo de Judd Apatow se resiste a convertirse en una factoría en serie, Pixar jamás lo ha ocultado, teniendo en cuentra que no se trata de un solo elemento pensante, sino de una larga nómina en constantes evolución y crecimiento. Y así llegamos a BRAVE, que no es ni la mitad de buena que las tres antes mencionadas, pero que encuentra en su falta de pretensiones el aliento para crear hora y media de deslumbrante técnica al servicio de una historia que no por tópica deja de esconder un par de sorpresas que la hacen avanzar sin demasiados rechinamientos. A estas alturas, ustedes saben que es la historia de una muchacha en la Escocia Medieval, heredera del trono de los Grandes Clanes, para más señas; que es rebelde y nada ñoña, y que no va a permitir que su estirada madre la case a la fuerza. La chica se llama Merida (sí, ya lo sé...), monta a caballo a pelo... (sí, ya lo sé...), tira con arco como Robin Hood (sí, ya lo sé...) y luce una abundante cabellera roja, tan indomable como su espíritu aventurero (sí, ya lo sé...). A partir de ahí, hay guiños a Blancanieves, Pocahontas, Cenicienta, Peter Pan y la gran nómina de clásicos de Disney. E insisto: puede que no signifique nada, pero el encanto de Pixar siempre ha consistido en dictar sus propias líneas maestras, no en "continuar" la de otros... Por cierto, a mi hija, en un momento dado, se le hizo larga...
Saludos bravidos.





Highland

lunes, 20 de agosto de 2012

La producción en las factorías



El problema de las factorías es que son demasiado eficaces y demasiado perfectas para que de ellas pueda surgir nada mínimamente parecido a algo que siquiera roce aquello del "arte". Las ganas con las que nos quedaremos serán las de tener nuestra racioncilla periódica de arte reservada en "Bonotickets.com"; un servicio cómodo, limpio y que nos permite no manchar los profilácticos a la hora del amor, que siempre está detrás del arte. A eso es a lo que empieza a oler lo de Judd Apatow, no a mal cine ni malas películas, sino a conformismo encubierto de disconformidad, que puede sonar raro, sí, pero que más raro es pensar que una estupidez como GET HIM TO THE GREEK pueda ser considerada ni de lejos como un film "pensante" en tanto que "pensado", porque lo que Nicholas Stoller (¿un asalariado?) propone (y esto ha de ser tomado al pie de la letra) no es más que un chiste privado que, según él, ha crecido desmesuradamente hasta tomar la forma de una especie de apéndice cuasiindependiente. Nos referimos, claro está, a aquella sorprendente y saludable FORGETTING SARAH MARSHALL, en la que cada personaje (y había unos cuantos) respondía a un propósito hábilmente urdido para desembocar en una reflexión final no tan estupidizante como la que hoy nos ocupa. Sí, porque el penúltimo film hasta la fecha de Stoller arranca con una premisa parecida: Hill es un gris empleado de una gran compañía discográfica a la que le echan "el muerto" de lidiar con el imposible Aldous Snow, un rockero anárquico y escurridizo, y llevarlo en sólo dos días a Hollywood para que actúe allí. Podría haber sido una rocambolesca historia de amistad por encima de las leyes naturales, podría haber sido un juguete de apariencia inocente pero con una bomba de relojería en sus reliadas entrañas, pero todo queda exactamente en lo que usted y yo creemos, una nadería espídica y supercool que encima exhibe impúdicamente una retahíla de cameos "emtiverianos" de lo más chuli... La oportunidad perdida para Stoller/Apatow es, por supuesto, no haberse atrevido a reflexionar con más profundidad sobre la desubicación de las Rock Stars en un mundo, el actual, que ya no les va a seguir sufragando la juerga...
Saludos de vuelta.





Fuck forever

viernes, 3 de agosto de 2012

Ozu en Viernes #17



Y Ozu nos adelantó a Bergman. O quizá no, porque el complejo y minucioso retrato que de la familia Toda hizo, en su regreso en 1941, pese a ser un portento de montaje y puesta en escena, no aprovecha, en mi opinión, la riqueza en matices de un reparto eminentemente coral y un guion que pone en bandeja la disección de unas costumbres y tradiciones una vez más puestas en entredicho tras un inesperado suceso. En TODAKE NO KYODAI, la familia posa para una foto en el imponente jardín del palacete patriarcal; es uno de los encuadres más hermosos de la filmografía de Ozu, pero aún más cuando de repente esa imagen icónica cobra aún más fuerza en los minutos siguientes, en los que el patriarca Toda, "felizmente ebrio", muera repentinamente. A partir de ahí, los personajes se nos muestran en toda su compleja humanidad: la hija solterona; el hijo díscolo y establecido en China; la sumisa madre; la hermana mayor, cruel y dominante; el yerno apocado pero acechante; las criadas de futuro incierto; el nieto desvergonzado que rechaza la escuela... Sin ceder protagonismo a ninguno de ellos, Ozu les coloca en una disyuntiva que parece insalvable: el patriarca no sólo ha dejado una gran pena y vacío, sino una considerable y prosaica deuda económica que no sólo les obligará a vender la mansión y todo su valioso contenido (colección de arte incluida), sino que provocará, ya en una elipsis final de un año, que la madre y la hija menor vayan saltando de casa en casa, sin que sean realmente aceptadas en ningún sitio. Es ahí donde Ozu podía haberse ensañado con la hipocresía de las clases altas, pero la gran diferencia entre el japonés y el sueco es la sutilidad a la hora de enfrentar los temas más escabrosos. Sin hacer sangre, Ozu cierra esta asfixiante epopeya familiar de manera abrupta e inesperada; la catarsis llega en forma de leve reproche, pero también deja a sus personajes sin margen de elevación y, en definitiva, los acerca a su propia circunstancia de humanos puestos a prueba. Y después de las vacaciones, más Ozu...
Saludos.

We are family

jueves, 2 de agosto de 2012

El vecino a palos



Menos "ingenua" de lo que cabría esperar de un slapstick de la época, y teniendo en cuenta a su productor, Joseph Schenck, OUR HOSPITALITY es una película que en apenas una hora y cuarto sintetiza todo el recelo y hostilidad de un país en el que confluían estirpes de lo más variopintas provenientes de Europa; gentes en su mayoría no demasiado dispuestas a compartir cualquier pequeña conquista conseguida. Así, el principio no es en absoluto una comedia, sino más bien un sangriento tiroteo entre dos familias, los Canfield y los McKay, que no están dispuestos a entenderse. 20 años después, el joven Willie McKay, que escapó milagrosamente de la masacre, vuelve tras su impecable educación en Nueva York para reclamar su herencia familiar y sin conocer el odio ancestral que le espera por parte de los Canfield, que son los dueños de la práctica totalidad del pueblo. Ahí el film da un giro absoluto y comienza el show de Keaton. Carruajes destartalados, persecuciones llenas de casualidades salvadoras, las inefables locomotoras (con vías desmontables incluidas) y el improbable romance surgido entre el propio Willie y la joven Virginia Canfield, lo que obliga, según las leyes de la hospitalidad sureñas, a aceptarle como huésped y no poder causarle daño alguno mientras se encuentre bajo su techo. Es cierto que el film se vuelca hacia las habilidades cómicas de Keaton, pero uno no puede evitar una sensación de inquietud, puesto que la mayoría de truculencias son mostradas con una naturalidad perfectamente aceptada; es cierto que se hace hincapié en el "especial" talante sureño, pero no podemos hablar aquí de comedia negra, sino de una abrupta disrupción tonal, puede que impensable en estos tiempos nuestros tan políticamente correctos.
Saludos hospitalarios.

Friends of friends

miércoles, 1 de agosto de 2012

Postales desde el filo



Debe haber algo más en ponerle una cámara delante a una niña de cuatro años para que interprete a una niña de cuatro años que ha perdido a su madre. Eso fue lo que intentó Jacques Doillon en PONETTE, polémica cinta a la que uno no sabe muy bien cómo enfrentarse, si con la mezcla de escepticismo y curiosidad del principio o la progresiva rutina en la que se va convirtiendo lo que (y no puede ser de otra manera) finalmente queda como un batiburrillo arrinconado por la imposibilidad de esclarecer un discurso mínimamente articulado en torno, no ya de la tragedia, sino de sus devastadoras consecuencias. Lo normal, porque lo hemos visto muchas veces, hubiese sido un acto de presencia, una infiltración a lo sumo, aprovechar una cierta indagación detrás de los diálogos "conscientes", con o sin divagación. Así, el mérito es reconocerle a Doillon ensayar el salto mortal sin red, desplazar a los adultos, en este caso casi meros figurantes, y dejar que por un momento pueda ocurrir el milagro, que aparezca ese momento de naturalidad insultante y que la cámara no ruede, sino que registre. Desgraciadamente, PONETTE no ensarta el filete cuando ya lo tiene hecho, y de una posible experiencia extrasensorial (la insólita no-interpretación de la pequeña Victoire Thivisol, que la llevó a ganar nada menos que la Copa Volpi), es poco menos que curioso que los niños se preocupen de cualquier cosa que de la premisa inicial de la desaparición; y esto no debería extrañarnos... ¡así creo que sucede en realidad!...
Saludos inocentes.

Mother

... ¿Y todo esto lo ha hecho usted solo?...
No, necesité estar rodeado de siete mil millones de personas...

¡Cuidao con mis primos!