lunes, 20 de junio de 2016

27 en 30



Es paradójico que haya tenido que enterarme de la muerte del actor Anton Yelchin para decidirme a hablar aquí de una saga que me da una pereza tremenda, como es la creada por Gene Roddenberry y que desde hace unos años intenta poner al día (al igual que ocurre con STAR WARS) el inefable J.J. Abrams. Sea como sea, Yelchin, a pesar de su talento, sale poco en una película de metraje interminable y desprecio imperdonable por la lógica narrativa, toda vez que parece increíble que su primera hora, fundamentada en un guion prodigioso, haya captado mi atención, algo que sinceramente no esperaba. Es la segunda, STAR TREK INTO DARKNESS, que se estrenó hace unos tres años y que recuperaba al todopoderoso Khan, un personaje complejo, fuera de las habitualidades de los villanos y al que da vida un portentoso Benedict Cumberbatch, lo mejor de la función sin lugar a dudas. Como he dicho, el guion zarandea al espectador en un juego de apariencias en el que nada es lo que parece, ni los buenos ni los malos, y ahí funciona, precisamente en recoger el espíritu de la serie original, que tenía mejores diálogos que escenas de acción. Desgraciadamente, a partir más o menos del minuto setenta empiezan los fuegos artificiales, los saltos, las patadas y los disloques de volumen insoportable, así que todo queda en su sitio, y los que se aburren cuando les obligan a pensar obtienen su ración de tontuna visual. Qué le vamos a hacer... ¿Y Yelchin?... Pues un tipo con talento, más que el de los protagonistas, de los que no recuerdo el nombre, y 27 años que se han ido en 30 segundos...
Saludos.

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... ¿Y todo esto lo ha hecho usted solo?...
No, necesité estar rodeado de siete mil millones de personas...

¡Cuidao con mis primos!