miércoles, 8 de junio de 2016

Rivette escribe #2



Hay cineastas fáciles de entender, transparentes, bienintencionados; los hay que pretenden alcanzar un supuesto de idoneidad imperativa, a veces rozando la pedantería más cursi; o incluso los que almuerzan su propio vacío creador evitando el juicio crítico mediante desvíos industriales... Y luego está Jacques Rivette, que efectivamente es un director de cine complicado de afrontar, pero cuyas mejores obras siempre guardan una recompensa de incalculable valor, estimado en la transformación de la percepción de las cosas, tal y como pensábamos que éstas deberían ser sin ninguna duda. Esto es lo que Rivette propuso en su primer largometraje, el más críptico, desarraigado y atemporal de la Nouvelle Vague, y el menos "cahierista" también, por la manera en que el autor deja atrás al crítico feroz y despiadado y se convierte en un orfebre de formas "dichas", o, al menos, formas que evocan las de otros compañeros suyos, invocando sus fantasmas en la eternidad de sus voces y con la firme convicción de que la representación es infinita e ininteligible, y que lo único que el espectador percibe son los rastros esquilmados de lo que alguna vez, si es que así fuera, bulló en los deseos imaginados del creador, una vez es arrinconado por la impotencia y el descontrol.
Yo aconsejaría no buscar a Godot/Juan, guitarrista suicida al que adivinamos más engrandecido que ponderado, y sí acompañar a la joven aprendiz de investigadora no como tal, sino como espectadora de excepción de un momento en el tiempo que está a punto de extraviarse por los vericuetos del mito y que es previsible en la misteriosa conspiración (¡Huy, Jarmusch, que te pillamos!), pero fascinante en el complejísimo juego de las representaciones. Importa más, por ejemplo, una discusión fuera del escenario que todo un monólogo shakespeariano, o al menos así nos lo enfatiza Rivette, en un musculoso ejercicio de revolución constante y revulsión contra las carpetas del Estado/Dios/Vigía.
Que al final suene la música es como una pequeña venganza dentro de otra mayor: la imposibilidad del Sistema por asir según qué conceptos, por estar estos salvados de la homogeneización. Así como el suicidio simboliza la imposibilidad del autor para llevar a cabo sus ideas intactas y conciliarlas con el interesado apoyo del Estado (o Sistema) para difundirlas ampliamente. Genial la escena del primer ensayo en el teatro, con los actores (profesionales) tomando el control y el productor anulando desde arriba a un director vendido y vencido, empequeñecido por la certeza de su inferioridad natural.
Pero no se arruguen y enfrenten PARIS NOUS APPARTIENT con mentes y cuerpos despejados.
Saludos.

No hay comentarios:

... ¿Y todo esto lo ha hecho usted solo?...
No, necesité estar rodeado de siete mil millones de personas...

¡Cuidao con mis primos!