viernes, 7 de octubre de 2016

El acontecer de nuestros pesares



Nos quejamos de nuestra situación actual, siempre ha sido así. Y es una cuestión temporal, sin más, una miopía mental, sensorial, o una amnesia confortable, que dan como resultado una sociedad que repite estándares robotizados de forma sistemática, pero que apenas dedica unos segundos a analizar las verdaderas causas de lo que atormenta y amenaza su tranquilidad. El totalitarismo es esa espada de Damocles que uno siempre parece ver tras las esquinas, y que muchos utilizan a conveniencia para defender sus propios argumentos, como un cuento de terror para niños, que tanto sirve para adormecer como para adoctrinar. El actor Brady Corbet se ha lanzado a la piscina con THE CHILDHOOD OF A LEADER, su ópera prima en la dirección, y, aunque el conjunto se vea lastrado por una acuciante dificultad para hacer entender sus razones (que son muchas y muy interesantes), es encomiable el esfuerzo por salir de los cánones impuestos por la industria y por ofrecer un film "diferente", que es perfectamente alineable en la obra del mejor cine europeo, el que no deja de interrogar al espectador sobre lo que está viendo. Y se me ocurre el Bergman de FANNY Y ALEXANDER, que bajaba la mirada a los ojos de dos niños para intentar entender a los adultos, pero sobre todo al Michael Haneke de LA CINTA BLANCA, que, pasando de puntillas por las truculencias habituales de su cine, disecciona el cuerpo moribundo de una sociedad enferma cuya medicina cristaliza en un régimen del terror. Corbet parece querer aunar demasiadas cosas aquí, situarnos en una especie de Primera Guerra Mundial "alternativa", pero acotar el campo de acción al enorme y desvencijado caserón al que se ve destinado un diplomático norteamericano, su mujer, que tiene raíces alemanas y francesas, y su inquietante hijo, cuyos crueles juegos pasan desapercibidos para la mayoría de gente, pero que van creando la personalidad de quien sólo nos es mostrado en los últimos instantes del film, y que no revelaré por motivos obvios. Una distopía "realista", si esto puede ser, con unas intenciones bárbaras y que pone en el escaparate a un realizador ambicioso y nada acomodado, pero al que se le nota demasiado la bisoñez para hacer avanzar el relato, por lo que a menudo la truculencia se nos queda como un objeto decorativo y no como una consecuencia formal al servicio del argumento. Pero merece la pena por varios motivos, por ejemplo su extraterrestre banda sonora...
Saludos.

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... ¿Y todo esto lo ha hecho usted solo?...
No, necesité estar rodeado de siete mil millones de personas...

¡Cuidao con mis primos!