viernes, 30 de septiembre de 2016

La caricia de la polilla



La última película de Peter Strickland hasta la fecha, THE DUKE OF BURGUNDY, de hace un par de años, denota un inteligente movimiento por parte del británico. En lugar de buscar un sentido a su propio talento a la hora de armar imágenes únicas, prefiere, en mi opinión acertadamente, vaciar el psicologismo de las mismas y dejarse arrastrar al territorio de los sentidos, confiando en que el espectador y su inteligencia hagan el resto. En esta ocasión, Strickland opta por acercarse al Bergman de PERSONA y embadurna su córtex retiniano de un agrio sentido del humor, que va tornándose ponzoñoso y deliberadamente triste a medida que la pareja protagonista, sobre la que recae todo el peso del film, va despojándose de las muchas máscaras con las que son presentadas ambas mujeres, sin que podamos afirmar rotundamente qué rol ocupa cada una en una relación de ama y esclava, consentida o no, que inesperadamente muta en otra cosa aún más retorcida, al tiempo que (he aquí el milagro) la película se humaniza de manera brusca, mostrando su rostro menos pintarrajeado. Es, sí, una historia de amor corvo, de párpados cansados y polvo sobre los muebles, pero anhelamos tanto un poco de calor en los fríos tonos digitales contemporáneos que la sintonía es inmediata, comprendemos la farsa, la aceptamos del mismo modo en que los personajes aceptan que no pueden alcanzar la plenitud fuera de la falsedad, porque lo que más daño hace siempre es mostrarse como uno es en realidad, y además es tan aburrido...
Magnífica.
Saludos.

jueves, 29 de septiembre de 2016

El sonido oscuro



El británico Peter Strickland pertenece a esa estirpe de "raros" que tanto han proliferado de un tiempo a esta parte. Directores jóvenes, de acusada cinefilia y gestos que identificamos brevemente con tener un pie en un sitio y en otro, en este caso más bien un tiempo y otro, éste y otro. Reconozco que lo he descubierto hace relativamente poco y que solamente he podido acercarme a su aún corta obra con la calma que da la desconfianza de quien recela de cualquier modernidad vacua. Así, me encontré viendo BERBERIAN SOUND STUDIO (título hipster donde los haya), una imposible mezcla entre Argento, Lynch y Gilliam, que Strickland pretende domesticar a base de autoimponerse cartujo dominio de un artefacto que corre el peligro constante de deflagrar por implosión. Sin embargo, lo logra, en parte, gracias a la esforzada interpretación de Toby Jones, que nos recuerda que es un actor kafkiano por los cuatro costados y que no necesita de gestos innecesarios para mostrarse creíble en una historia que no haría justicia al término "delirio psicótico"... Un ingeniero de sonido de (suponemos) la BBC setentera llega a Italia, al estudio del título, para intentar relanzar la decadente carrera de un (suponemos) maestro del giallo en su última película; el problema es que, poco a poco, y pese a ser recibido con entusiasmo, su presencia cada vez será más anecdótica en las psicotrópicas sesiones de grabación,hasta el punto de entrar en una espiral de desconfianza en la que ficción y realidad llegan a ser indisolubles. Efectivamente, Strickland filma con depurada devoción lo que (suponemos) fue aquella época de artesanos entregados a una tarea casi religiosa, pero la artificiosidad se apodera más de una vez de la narración y casi podemos afirmar que, en un momento dado, importan más las lechugas machacadas y las cortinas de terciopelo que intentar averiguar qué está pasando exactamente, porque tampoco es que importe mucho...
Saludos.

miércoles, 28 de septiembre de 2016

Rivette escribe #5



La serie "Cinéastes de notre temps" conforma uno de esos frescos imprescindibles para cualquier buen cinéfilo que se precie de serlo sin pedantería, una especie de "tratado", a veces riguroso, a veces informal, con el que poder comprender la deriva del Séptimo Arte a lo largo del Siglo XX. Quisquillosos o no, uno de los documentos más sinceros y desgarrados que nos dejó fue la conversación que Jacques Rivette filmó en 1966 entre Jean Renoir y el gran Michel Simon, y que por su complejo trasfondo sintáctico y sus niveles de lectura daría para escribir un sesudo análisis entre la siempre complicada relación entre actor y director. A lo largo de infinitos cafés, copas de guindas flotantes, muchos vinos y algún que otro cigarro, el encuadre se niega a hacer participar a los escuchantes, el propio Rivette y los productores, Labarthe y Janine Bazin, esposa del mítico André; y sin embargo, gracias, creo yo, al excelso montaje de Jean Eustache, se centra indirectamente en las torrenciales menciones honoríficas a las colaboraciones entre ambos, ebrios, nostálgicos, evocadores y agradecidos artistas, más que nada TIRE-AU-FLANC, LA CHIENNE y, sobre todo, BOUDU... Pero la conversación transcurre, el parlamento pertenece durante largo tiempo a Simon (como no podría ser de otra manera, claro) y de alguna manera obliga a Rivette (y luego a Eustache) a "asesinar" la figura de Renoir, olvidarla del tema principal, que ya no es el buenrrollismo entre dos amiguetes, sino la resignada amargura con la que el actor desgrana el injusto trato dispensado por el cine francés a su persona, hasta arrinconarlo miserablemente. Esclarecedora es su defensa a ultranza de Sacha Guitry, el único que verdaderamente creía en Simon como un actor "serio", o el paralelismo entre el París de entreguerras y el cinismo con el que se manejaron algunos (muchos) cineastas para preservar un estatus sin necesidad de señalarse política o ideológicamente. Y no son pocos los que dan en llamar al propio Renoir como "El patrón"... Y no en vano, como el propio Rivette advierte al principio de este excepcional documento, "Se trata del retrato de Michel Simon por Jean Renoir... o quizá sea al revés"...
Saludos.

martes, 27 de septiembre de 2016

Cuando el final cuenta



Me han recomendado que vea INFIERNO AZUL. Posiblemente la vea. No tengo muchas ganas de verla. También me recomendaron que viera ORPHAN. Durante todos estos años no he tenido ganas de verla. Véanla en cuanto puedan.
Así me parece el cine de Jaume Collet-Serra, que lleva haciendo cine dos décadas en Hollywood. No pasa nada si no lo ves, no va a descubrirte el Santo Grial, ni vas a poder desembarazarte de la dudosa sensación a ya visto, como las canciones de Sidonie, sabes que se las has escuchado antes a alguien... Y sin embargo, funciona, a lo mejor por un trabajo técnico cuidado, sin tirar mucho de estridencias y otorgando protagonismo al talento de los actores, quizá confiando en que los hallazgos, o puede que el guion sea mejor de lo que parece prometer en un principio. Con todos estos ingredientes, ORPHAN resuelve bien la creación de una atmósfera malsana, la que se va creando en el seno de una familia prototípica que intenta llenar el hueco de la pérdida de un bebé con la adopción de una niña que esconde mucho más de lo que aparenta. Y es mejor no adentrarse más en la historia, porque lo importante es saber esperar hasta su sorprendente y abracadabrante final, en el que hasta lo más descabellado cobra sentido, entre otras cosas por la soberbia interpretación de la joven Isabelle Fuhrman, tan alejada de cualquier estereotipo hollywoodense como entregada a la tarea de hacernos comprender que cuanto más sepamos sobre Esther, menos entenderemos su patrón de conducta. Es por ello que, más que a otros productos similares, podamos perdonarle los sustos facilones y jarrones inestables a punto de rodar por moquetas invernales...
¿Ven?... a lo mejor hasta me da por ver la de los tiburones.
Saludos.

lunes, 26 de septiembre de 2016

... Está... ¡vivo!...



... Pues sí, vivo, o al menos de parranda, que es mejor. Tres meses me ha durado la locura de dejar esto, que no es mucho ni poco, pero a mí me ha dado para tragar lodo y hacerme sabio, por estricto orden de inmanencia. He descansado, me he cansado por otros motivos, he visto cine, he visitado algunos bares y me he dado cuenta de que nada era lo mismo sin todos ustedes, así que habrá que engrasar otra vez esta vieja máquina de escribir... Y comprendan el eufemismo...
Y qué mejor retorno que recordando al recientemente desaparecido Gene Wilder en su aparición más antológica y celebrada, la del Doctor Fronkonsteen (creo que era así) en YOUNG FRANKENSTEIN, la que la Historia ha colocado con toda justicia como la gran película del siempre irregular Mel Brooks. Vista hoy, 42 años después, el desparpajo con el que Brooks y Wilder acometieron la inmortal obra de Mary Shelley consigue que su irreverencia se torne inventiva y desbaste el humor grueso, escatológico, decididamente machista, en pos de una inacabable sucesión de gags a cuál más divertido. Wilder, que siempre tuvo ese rictus chapliniano entre la sorna y la piedad, ejecuta su papel más matizado con la réplica perfecta de un inolvidable Marty Feldman, que parecía haber nacido estrictamente para interpretar a Igor. El monstruo, en este caso, era lo de menos, aunque la escena del baile a lo Fred Astaire vaya más allá de lo hilarante; pero por allí aparecían algunos actores geniales, como Kenneth Mars o un irreconocible Gene Hackman, por no olvidarnos de una "relinchante" Cloris Leachman o Madeline Kahn, transformada en una extática "novia" del monstruo que entonaba el Himno de Batalla de la República... Una película, en definitiva, cuyas piezas encajan a la perfección y que se mantiene en perfecto estado de forma precisamente por su estupendo trabajo de montaje, la fantástica fotografía en Blanco y Negro de Gerald Hirschfeld o lo mucho que se cortó Brooks para que en lugar de una joya del cine satírico no hubiésemos visto un chiste de Arévalo demasiado largo...
Saludos.

... ¿Y todo esto lo ha hecho usted solo?...
No, necesité estar rodeado de siete mil millones de personas...

¡Cuidao con mis primos!