sábado, 10 de junio de 2017

Qué es la pobreza



Una de las ideas más lúcidas que he escuchado viene a decir que es absolutamente imposible ejercer la revolución, llevarla a cabo, si no se está dispuesto a despojarse de todo lo que de accesorio tiene y contiene nuestra vida. Y la vida del hombre moderno es naturalmente artificiosa (bella contradicción), repleta de accesorios, adornos, cosas que solemos elevar a la categoría de iconos a los que adorar a falta de otros referentes más sólidos. De esto va, o mejor dicho quiere ir DEMOLITION, la última propuesta del realizador canadiense Jean-Marc Vallée, de un tipo, no más despreciable que otro cualquiera, que parece encontrar una verdad incontrovertible en su interior tras sufrir un accidente de coche en el que resulta muerta su esposa y él sale completamente ileso. Yo, ustedes saben, odio el tratamiento de "recurso infalible" que el cine suele dar a los accidentes automovilísticos, como si ello pudiera resolver de golpe y porrazo cualquier embrollo irresoluble en el que el guionista de turno se hubiese metido, y aquí Bryan Sipe es incapaz de mantener el pulso visual de Vallée, que le supera en todo momento. está bien que hablemos de la interpretación de Jake Gyllenhaal, que sigue buscando incansablemente su propio equilibrio entre el camaleonismo y la naturalidad, o de algunos momentos bella, sobriamente filmados con la saturación cromática de Yves Bélanger, pero hay algo mucho más importante que todo eso y que deja a DEMOLITION como un film más, quizá con una jugosa etiqueta en el reverso, un distintivo normalizador. Lo que impide que éste sea un estimable trabajo de un estimable director es lo que ya al final el personaje de Gyllenhaal le hace entender al de Chris Cooper, su enfurruñado suegro, que yo seré un poco menos revolucionario si tú eres capaz de serlo aunque sea un poco...
Saludos.

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... ¿Y todo esto lo ha hecho usted solo?...
No, necesité estar rodeado de siete mil millones de personas...

¡Cuidao con mis primos!