lunes, 5 de junio de 2017

Un caramelo a la puerta de un colegio



Y me veo un día poniendo mis cinco sentidos en comprender, tomarme en serio y analizar convenientemente TROLLS, la última película con la que Dreamworks vuelve a ensayar lo del discurso propio y el asalto al reinado de Disney/Pixar. Y, una vez pasado el susto inicial, me doy cuenta de que estaba mirando en la dirección incorrecta, la clave estaba a mi lado, en la expresión relajada y satisfecha de una niña de ocho años, el público natural de este tipo de películas. TROLLS es una película que no revela nada que no hayamos visto antes, pero una vez despojada de su estúpido planteamiento argumental es cuando se ve con cierto agrado, ya que visualmente alcanza un grado de abstracción gominolesco que sólo se me ocurre comparar con un viaje de ácido en la California de los sesenta... Básicamente es eso, un interminable trasiego de colores saturados y texturas deliberadamente fluffy, que se contonea al infeccioso ritmo de Justin Timberlake y nos dibuja a una tribu protagonista que vive en una fiesta continua y un optimismo constante. Nosotros sabemos que toda la gente así que hemos conocido a lo largo de nuestra vida lo suele ser gracias a algunos "aportes energéticos adicionales", pero tampoco hace falta cortarle la diversión a los chavalines, y esa está plenamente asegurada en esta elegía al fiesteo y la purpurina, cortesía de unos seres que cagan cupcakes...
Saludos.

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... ¿Y todo esto lo ha hecho usted solo?...
No, necesité estar rodeado de siete mil millones de personas...

¡Cuidao con mis primos!